Cuando tenía 17 años, una de mis actividades favoritas era ir a las albercas con mis amigas, iba cada sábado a las albercas, tenía trajes de baño que combinaban con mis lentes de sol (porque soy posona y ni modo), lo que no sabían muchos, es que yo no sé nadar. Jamás aprendí aunque mi papá cada verano, con una incansable esperanza me inscribía al mugroso curso de natación. Alguien me dijo que hay muchas cosas inevitables, y una de ellas es el crecimiento, y con la edad, me volví muy pero muy miedosa. Lo peor de la clase de miedo que padezco es que es paralizante, me entumece cada nervio de mi cuerpo. Ahora odio nadar y ponerme traje de baño, pero, no es por el agua, no es por el mar, es por mi cuerpo. Mi cuerpo, mi ser, ha sido expuesto a experiencias muy desagradables, a experiencias que me han robado la persona que solía ser y me perdí en el miedo. Dejé de escribir, dejé de arreglarme, dejé de dormir tranquilamente... dejé de ser yo. He empezado un nuevo proces...